El experimento Milgram y el peligro de la obediencia a ciegas

 Experimento del Profesor Stanley Milgram

 

Todos nos creemos buenas personas. Todos pensamos que no le haríamos daño a nadie pero, ¿estás seguro
de que todos somos buenas personas? 

 

El psicólogo estadounidense Stanley Milgram (1933.-1984) no estaba seguro de ello y realizó un controvertido experimento (experimento sociológico que hoy en día no cumplirían ni de lejos los estándares éticos)  para conocer el comportamiento humano ante las órdenes impartidas por un superior.

 

 Antecedentes

 

En los años 60, Stanley Milgram realizó un estudio psicológico que develó que la mayoría de las personas comunes son capaces de hacer daño, si se les da órdenes para ello.

 

La idea surgió en el juicio de Adolf Eichmann, en 1960. Eichmann fue condenado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la Humanidad durante el régimen nazi. Él se encargó de la logística. Planeó la detención, transporte y exterminio de los judíos.

Sin embargo, en el juicio, Eichmann expresó su sorpresa ante el odio que le mostraban los judíos, diciendo que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno.

 

¿Los ejecutores de los disparos o los encargados de activar las cámaras de gas eran personas malvadas o solo seguían órdenes? ¿Hasta dónde llega la maldad humana?

 

En su diario, en la cárcel, escribió: «Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión». Seis psiquiatras declararon que Eichmann estaba sano, que tenía una vida familiar normal y varios testigos dijeron que era una persona que llevaba una vida común como todos sus vecinos.

 

El autor del  experimento

 

Stanley Milgram nació en 1933 en Nueva York. De padre húngaro y madre rumana, su ascendencia hebrea le había marcado fuertemente y le había hecho preguntarse sobre el tema de la obediencia ciega a la autoridad, a raíz del juicio al criminal nazi Adolf Eichmann por crímenes contra la humanidad: ¿actuó cumpliendo órdenes? ¿podía haberse negado a ejecutarlas y con ello haber librado de la muerte a miles de judíos?

 

El experimento

 

 Al frente de este trabajo estaba el profesor del Departamento de Psicología de la citada Universidad, Stanley Milgram.

 

Milgram quería averiguar con qué facilidad se puede convencer a la gente corriente para que cometan atrocidades como las que cometieron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y además  saber hasta dónde puede llegar una persona obedeciendo una orden de hacer daño a otra persona y si se puede resistir a obedecer si la considera injusta.

 

Una serie de anuncios publicados en las paradas de los autobuses daban cuenta de la realización de un experimento (la verdadera naturaleza del experimento se ocultaba) sobre «Memoria y aprendizaje», remunerado (cuatro dólares con dietas aparte, lo que sería unos 32 dólares actuales) cuya duración no excedería de una hora.

 

En 1961 Milgram comienza a realizar su experimento en la Universidad de Yale, en el Interaction Laboratory, con el objetivo de detectar el nivel de acatamiento a una autoridad que ordena la ejecución de una orden que entra en conflicto con su conciencia, tan contraria a la moral como hacer daño a una persona inocente.

 

¿Qué sucede, pues cuando el sujeto A recibe de la autoridad B la orden de dañar a un tercero, C?

 

El trabajo se desarrolló entre 1960 y 1963, aunque la elaboración de la teoría no llegaría hasta 1973 y se realizó entre un grupo de adultos cuya edad estaba comprendida entre los 20 y los 50 años, de los más diversos estatus profesionales (los estudiantes y universitarios quedaban excluidos).

 

Los participantes del experimento

 

 Para realizar el hipotético experimento de «memoria y aprendizaje» se requerían a tres personas simultáneas:

 

  • El experimentador: era el investigador de la universidad que realizaría el experimento y daría las órdenes, representa el papel de la autoridad.
  • El alumno: este fue un actor, cómplice del experimentador, que se hacía pasar por participante del experimento.
  • El maestro: que sería la persona que intentaría que al alumno aprendiese tras las instrucciones del experimentador.
  • Para «sortear» los puestos de alumno y maestro se hizo coger un papel, el actor cómplice coge su papel indicando que le ha tocado el rol de alumno con lo que al voluntario no le queda otra alternativa que realizar el papel de maestro.
  • Se separó a las personas en dos habitaciones diferentes sin que se pudiesen ver, solo escuchar. En una de ellas estaba el «alumno» y en la otra el maestro y el experimentador.
  • En presencia del maestro, se ata al «alumno» a una especie desilla eléctrica que reducía su movilidad y conectado a unos electrodos con una «crema para evitar quemaduras» y se le indica que las descargas pueden ser muy dolorosas pero que no provocarían daños irreversibles. Cada fallo a las preguntas del maestro daría lugar a una descarga progresiva.

 

La ejecución

 

Para comprobar que las descargas funcionan e imprimen dolor se infringe una descarga de 45 voltios tanto al «alumno» como al maestro. De esta manera el maestro tenía constancia de lo que suponía cada descarga eléctrica.

 

Después, le dicen al maestro que debe comenzar a administrar descargas eléctricas a su "alumno" cada vez que cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga cada vez. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).

 

El  alumno" daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y, por cada fallo, el profesor debía darle una descarga. Cuando se negaba a hacerlo y se dirigía al investigador, éste le daba unas instrucciones (4 procedimientos):



Procedimiento 1: Por favor, continúe.
Procedimiento 2: El experimento requiere que continúe.
Procedimiento 3: Es absolutamente esencial que continúe.
Procedimiento 4: Usted no tiene otra alternativa. Debe continuar.

 

Si después de esta última frase el "maestro" se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

 

En este experimento el maestro es el verdadero sujeto de la prueba, el eje del proceso, el que deberá apretar un botón con una descarga eléctrica de voltios (que oscila entre los 15 y los 450) que afectará supuestamente a la víctima (jamás la recibirá) y cuyos gritos escuchará al aplicarle la descarga (gritos que están previamente grabados en una cinta magnetofónica y cuya intensidad varía, más fuertes, lógicamente, cuando la descarga sea mayor).

 

Participación del maestro

 


Así, todos los participantes llegaron a aplicar los 300 voltios. Ninguno se negó rotundamente a detener el experimento, aunque muchos continuaron visiblemente incómodos y afectados, rechazando el experimento e incluso prometiendo devolver los cuatro dólares que les habían pagado.

 

El 65 por ciento llegó a aplicar los 450 voltios de forma muy incómoda y con un alto nivel de estrés. Cuando la descarga se aplicaba tres veces seguidas, el experimento finalizaba. 

 

A medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno", aleccionado para la representación, empezaba a golpear en el vidrio que lo separa del "maestro", gimiendo. Se quejaba de padecer de una enfermedad del corazón. Luego gritaba de dolor, pedía que acabara el experimento, y finalmente, al llegar a los 270 voltios, gritaba agonizando. 

 

El participante escuchaba en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si la descarga llegaba a los 300 voltios, el "alumno" dejaba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar. 

 

Al alcanzar los 75 voltios, muchos "maestros" se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. 

 

Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno". 

 

Los resultados del experimento Milgram resultaron demoledores y fue tachado de «monstruo».

 

Resultado

 

En estudios posteriores de seguimiento,  Milgram demostró que las mujeres eran igual de obedientes que los hombres, aunque más nerviosas. El estudio se reprodujo en otros países con similares resultados. En Alemania, el 85% de los sujetos administró descargas eléctricas letales al alumno. 

 

En 1999, Thomas Blass, profesor de la Universidad de Maryland publicó un análisis de todos los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66% sin importar el año de realización ni el lugar de la investigación. 

 

Milgram estimó que el promedio de descarga máxima rondaría los 130 voltios y que el voltaje máximo solo lo aplicarían las mentes sádicas pero… ¿estuvo en lo cierto?

  • El 65% de los voluntarios aplicaron el voltaje máximo, aunque muchos en una situación de extrema incomodidad.
  • Ningún participante se paró hasta el nivel de los 300 voltios.
  •  

Milgram elaboró dos teorías psicosociales tras este experimento:

 

Teoría de la cosificación: una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos (militares que ejecutan órdenes).

Teoría del conformismo: un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones transferirá la toma de decisiones al grupo (el maestro entendía que el experimentador sabía lo que hacía y le traspasó su responsabilidad)

Una pregunta surge inevitablemente ante estos resultados: ¿Hasta qué punto un ser humano obedece órdenes de la autoridad aunque entren en conflicto con su moral y ética personales?

 Vía:     Kindsein   Psicopico  Larazon.es/cultura